17 Aniversario 2023 Artículos Josefina Hernández Téllez 

El derecho de tránsito, el derecho de ser y la migración de mexicanas

Foto: Elsa Lever M./MujeresNet

Por Josefina Hernández Téllez



Las mujeres particularmente a partir de este siglo XXI han migrado masivamente. De acuerdo con un documento de hace una década de Conapo, mientras que en 1970 no representaban en aquel país ni medio millón, para 2013 ya eran 5.5 millones y para 2020 representan 11.18 millones. Así de grave la expulsión del país de la fuerza de trabajo de mujeres.


Sophi es una niña de apenas siete años, ella nació en Carolina del Norte y no conocía México, sólo por referencia de su mamá y su abuela. Así que cuando aterrizó y transitó por el colosal aeropuerto internacional de la Ciudad de México no cabía en sí de la emoción y con la inocencia de su edad y quizá algunas malas referencias, con su mirada maravillada expresaba una y otra vez: “a mí sí me gusta México, está bonito”.

A Dulce, su joven mamá, al llegar a este país los recuerdos se le agolparon, pero satisfecha sonríe de poder regresar, aunque sea por una emergencia familiar. Ella se fue con su madre y su hermano cuando tenía apenas diez años, a la muerte de su papá. Su mamá quería darles una mejor vida y oportunidades. Ella estudió en Estados Unidos, lo cual le da el estatus de dreamer y esto le permite trabajar y apenas hace unos meses consiguió permiso para viajar a México, aunque Estados Unidos la mantiene en el limbo como a 800 mil jóvenes más. Así que casi veinte años después, los recuerdos y las raíces resucitaron, recordándole su identidad pero también su pertenencia a una cultura que no muere en ella pero que se ha combinado con el american way of life.

A pesar de esta incertidumbre, Dulce ha asimilado que ese país le da oportunidades pero paradójicamente le niega la tranquilidad al postergar su derecho a una identidad nacional. Ese “monstruo” y “rey” capitalista que es Estados Unidos, les exprime la potencialidad y talentos pero les niega la tranquilidad, a pesar de haber crecido y estudiado en ese país.

Con todo lo apabullante que es esta realidad incongruente, Sophi no se da por enterada aún y sólo repite una y otra vez: “México está bonito, me gusta”, con esa maravillosa percepción infantil y la vista aérea al aterrizar que le mostró una gran, gran ciudad. Así que inician su travesía, una para recordar y reconocer a este país cercano en su corazón y lejano en su diario vivir; la otra sólo para conocer y probar el “agua de horchata mexicana”.

El itinerario que ambas planean no es como quisieran porque el tiempo y las distancias le juegan en contra, pero recorren el zoológico en Chapultepec, viajan en metro y en metrobús. Van a comer tacos, quesadillas, sopes y hasta pozole pero su paladar no logra recordar y ubicar su gusto de la niñez. Algo falta: ¿será su papá? Quien la consentía y amaba como pocos padres a sus hijos; ¿será su hermano? Quien vive en Querétaro y por su trabajo no puede recibirla y acompañarla. ¿Será su mamá? Quien sigue en calidad de ilegal y no puede salir y regresar.

Es todo esto, quizá, lo que le hace falta, pero sobre todo sentirse de allá o de acá y no dividida porque en Estados Unidos no acaba de ser reconocida ciudadana y a México ya no pertenece más.

La falta de oportunidades laborales para sacar adelante a sus hijas e hijos ante el abandono y  la falta de responsabilidad de los hombres para la manutención de ellas(os). Las consecuencias para las migrantes a Estados Unidos es sufrir principalmente violencia sexual.

En esta incertidumbre y añoranza viven muchas personas mexicanas, más de las que quisiéramos, en Estados Unidos. Según su censo de 2019, 10.9 millones de inmigrantes nacionales vivían en ese país con residencia, pero además hay que sumar 5.5 millones que son ilegales. El mayor número de extranjeros en ese país son mexicanos, legales e ilegales.

Sin duda, son muchos y quizá el decirlo así y aún en cifras no nos da la dimensión de lo que significa, pero en términos de remesas nos damos cuenta de la dimensión de su contribución a aquel país y al nuestro: en 2017 sus remesas representaban el 2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), hoy ya representan el 4 por ciento. Es decir, mientras los ingresos por petróleo han descendido por la baja en los precios ante la inestabilidad mundial que propicia la amenaza de una guerra mundial los conflictos de EU-Rusia, Ucrania y China, los envíos en dólares de nuestros/as paisanos/as nos salvan.

Esta fórmula cifrada en pesos y dólares no es tan sencilla porque median las condiciones, las emociones y la estabilidad de personas. Dulce y Sophi apenas son una muestra gentil de lo que cruza y atraviesa su condición. No todo es la mejor posibilidad que tienen, en apariencia, de seguridad laboral y bienestar material. Las mujeres particularmente a partir de este siglo XXI han migrado masivamente. De acuerdo con un documento de hace una década de Conapo, mientras que en 1970 no representaban en aquel país ni medio millón, para 2013 ya eran 5.5 millones y para 2020 representan 11.18 millones. Así de grave la expulsión del país de la fuerza de trabajo de mujeres.

¿La razón? Se puede pensar en las convencionales, pero resumidas: es la falta de oportunidades laborales para sacar adelante a sus hijas e hijos ante el abandono y  la falta de responsabilidad de los hombres para la manutención de ellas(os). Las consecuencias para las migrantes a Estados Unidos es sufrir principalmente violencia sexual. Estudios del Colegio de la Frontera Norte (Cueva y Terrón, 2014), reportaron hallazgos contundentes en entrevistas a mexicanas migrantes y enlistaron algunos de ellos: abandono por parte de los polleros, extravíos en el monte, caminatas extenuantes, privación de la libertad, extorsión y hostigamiento sexual. La privación de la libertad no es simple: los coyotes-polleros las obligan a hacer el aseo, la comida y son abusadas sexualmente por los traficantes.

Bajo esta doble vulnerabilidad, como migrantes y como mujeres, ellas han tenido que desarrollar estrategias de sobrevivencia y autocuidado, que Cueva y Terrón enumeran: “Cuidar la vestimenta para pasar desapercibida, decir o establecer una ‘relación’ con algún compañero de viaje, utilizar anticonceptivos para prevenir embarazos ante las posibles violaciones en el camino, tomar rutas más largas pero que estén alejados de puntos con historial de violencia para migrantes, son algunas de las acciones emprendidas por las migrantes para resistir.”

Una realidad lacerante que las autoridades migratorias no atienden y quizá no entienden. Las políticas públicas de seguridad para mujeres migrantes son deuda del Estado mexicano pero también estadunidense. La realidad exige que mujeres y niñas no sigan siendo blanco de abusos y revictimización de un sistema salvajemente capitalista y patriarcal, y las muchas Dulces y Sophis puedan transitar en un mundo mejor y al crecer esta inocente pueda seguir diciendo: “A mí sí me gusta México, está bonito”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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