2021 Artículos Josefina Hernández Téllez 

El derecho al saber en tiempos del COVID-19

Foto: google.com

Por Josefina Hernández Téllez


El punto de inflexión es que los medios de largo alcance y penetración dejaron de lado su compromiso y obligación de ofrecer diferentes versiones de los hechos, de la ciencia, de las vacunas, que afecta al público en su derecho a la información integral y diversa para tomar una decisión informada y documentada.


El 23 de marzo de 2020 inició el tiempo del miedo y la desinformación. El virus del COVID-19 se instaló en la cotidianidad mundial, trastocando ritmos, rutinas, economía, convivencia social y, por supuesto, salud. Sin embargo, a poco más de un año, se sabe casi nada de un virus tan líquido como estos tiempos y la expectativa de volver a la “normalidad” se centra totalmente en la vacuna, que se ha vuelto la panacea prometida al revuelco que nos llegó y arrasó sin avisar.

En este maremágnum, lo que se escatima es la información prometida, acorde con la posmodernidad: oportuna, simultánea, inmediata, plural y, sobre todo, veraz.

¿Dónde quedan esos derechos de las audiencias y lectores?

El tema tiene sus tiempos y pautas informativas: fueron del ámbito de la salud (contagios, muertes y saturación hospitalaria) a las políticas públicas implementadas (aislamiento social y uso obligatorio de cubrebocas) y a la información sobre el desarrollo y hallazgos científicos (las vacunas).

Para recapitular, el COVID-19 obligó, ante la vida masiva y masificada que llevamos, a que cada día, a la misma hora, el subsecretario de Salud, el doctor Hugo López-Gatell Ramírez, ofreciera una comunicación directa con las y los profesionales de la información.

El mensaje se cifró en datos duros: el estatus diario de hospitalizaciones, contagios y decesos; así como las medidas y recomendaciones sanitarias inusuales e impensables antes de marzo del año 2020: aislamiento social, trabajo a distancia, uso obligatorio de cubrebocas, actividades presenciales solo las necesarias y cancelación de todo tipo de concentraciones como clases, bailes, conciertos, fiestas y roce en general.

Sin embargo, no fue suficiente. Las prácticas sociales y culturales son difíciles de desarraigar o modificar. Seres gregarios que somos nos resistimos a cambiar. No creer hasta no ver que esta enfermedad cobra vidas por factores que aquejan a nuestra sociedad como la diabetes, la hipertensión y la obesidad.

México ocupa el sexto lugar mundial en diabetes con 8 millones 600 mil personas y fue la segunda causa de muerte a nivel nacional en 2019 (Encuesta de Salud y Nutrición, INEGI, 2018). La hipertensión arterial afecta a 25.5 por ciento de la población (Encuesta de Nacional de Salud y Nutrición Medio Camino, INSP, 2016); y la obesidad en adultos ocupa el segundo lugar de prevalencia nacional (Organización Mundial de la Salud, OMS), mientras la obesidad infantil ocupa el primero (ENSANUT, INSP, 2016).

Pese a esta situación que agravó el desenlace del contagio por COVID-19, surgió el mensaje alentador: la creación de una vacuna. Científicos y científicas, en concierto mundial, trabajaron y en menos de un año generaron no una, sino tres tipos de vacunas, desarrolladas por farmacéuticas trasnacionales.

Es en este punto donde la falta de una comunicación-difusión de la ciencia puede revertir la contención de los contagios, pues se cree a partir de la reiterada promesa que estaremos “protegidos” y podremos volver a la “normalidad”. Muchas personas dicen “nos vemos después de la vacuna”, “solo esperamos la vacuna y todo será igual”, “con la vacuna ya no tendremos problemas de COVID-19”, entre muchas otras ideas.

La campaña de vacunación se parece más a una respuesta emergente y necesaria de intereses económicos y políticos. ¿Por qué tan arriesgada afirmación? Porque solo tenemos una visión y difusión de las vacunas emergentes. No hay crítica, no hay reflexión, mucho menos alerta alguna. La ciencia al servicio de la humanidad vuelve inmaculado el proceso; los grandes y hegemónicos medios no exponen pasos y precauciones porque se trata de una vacuna “fast track”.

Por esto, todos los días pudimos enterarnos, por radio, televisión, prensa y redes, el paso a paso de la gestión de compra, su arribo al país, las cifras del costo y cantidad; los grupos poblacionales por los que se inició y continuará la vacunación; la pulcra logística de aplicación donde interviene sector médico y Guardia Nacional, principalmente. Y como buena sociedad mexicana nos resignamos a formarnos, pero también evidenciamos que la transa es parte de la cultura nacional al enterarnos en los primeros días que algún médico metió a familiares en la aplicación de vacuna o del funcionario que sin ser del sector Salud o de la tercera edad, aprovechó que “sobraron” dosis en una jornada; o de aquellos pudientes que se fueron a Estados Unidos a recibir su vacuna.

Tiempo al tiempo en el tema del derecho a la información y alerta para quienes creemos que tenemos derecho a saber integralmente, pero sobre todo a decidir. Principio básico de los derechos humanos, de la democracia y del público de los diferentes medios de difusión.

La emergencia sanitaria y social dio material a los medios para el show, que nunca termina ni descansa, todo en aras de las audiencias, de los públicos a los que prometemos “verdad en los hechos”, “todas las noticias, todas las voces”, entre tantos otros slogans de prensa, radio y televisión.

¿Y la pluralidad en la información?

Es decir, los medios masivos nos informaron, poco y superficialmente, sobre lo que implica que una vacuna de la magnitud del COVID-19, llegue en tiempo récord y se aplique de forma estándar a la población de aquí, de Sudamérica, de Europa o cualquier otra parte del mundo.

La integralidad de la información en éste, como en muchos otros temas y casos, por cultura y práctica se relegó. La consecuencia de esto es que no tenemos elementos para decidir si queremos, si podemos o no, aplicarnos esta vacuna.

Este escenario, se vio “sanado” por las tan benditas, como malditas, redes sociales porque a través de éstas se filtraron voces científicas críticas y de autoridad como las de la Dra. Karina Acevedo, investigadora de la Universidad Autónoma de Querétaro, quien a través de su canal universitario, ha divulgado los avances e implicaciones de las vacunas que se están aplicando en México (Pzifer-BioNtech, AstraZeneca, Sputnik y Sinovac).

Esta científica, con estudios de doctorado en Ecología Molecular por la Universidad de Cambridge y líneas de investigación relacionadas con la epidemiología molecular, hizo una real divulgación científica al explicar de manera sencilla y efectiva los tipos de vacunas; entabló diálogos públicos con otras científicas como con la Bioquímica e Inmunóloga argentina Roxana Bruno, y la doctora en Salud Pública Teresa Forcades.

A través de estos espacios nos enteramos que las vacunas son de cuatro tipos: ARNmensajero (Pfizer y Moderna), las de Vector Viral o Virus Inactivo (AstraZeneca, Sinovac y Sputnik )  y las de  Adenovirus o versión viral de otro virus (Cansino). Pero esta información ya nos la ofrecían en el día con día y mencionada de paso porque el centro de la atención estuvo en los contratos de adquisición, en el arribo de las remesas de vacunas, en la enorme expectativa para su aplicación.

El punto que escatimaron fue y ha sido el explicar con la misma exhaustividad sobre las consecuencias que todas éstas han presentado en los organismos porque pueden causar reacciones diferenciadas de acuerdo a enfermedades preexistentes, a raza, a género y edad. Incluso obviaron decir que las pruebas no se hicieron con ciertos grupos de edad; sin embargo, en el país y en muchas partes del mundo se aplicaron de forma estandarizada.

Los datos clínicos, el seguimiento y las precauciones no se expusieron, no se divulgaron y nos centramos en cifras y fechas de llegada y aplicación de las vacunas. Tampoco nos dijeron que un posible riesgo con las inmunizaciones de doble dosis es que no se tuviera el stock para cubrir en tiempo y forma y que eso no significa que se pueda sustituir la segunda por cualquiera de las disponibles.

La omisión de información atenta contra los derechos de las audiencias

Más allá de cualquier paréntesis por las vacunas, su aplicación y su amplio espectro de posibles secuelas o complicaciones de salud, el punto de inflexión es que en los medios “fuertes”, de largo alcance y penetración, se dejó y se ha dejado de lado esta otra parte de la información asociada a las vacunas, y en ese sentido dejan de lado su compromiso y obligación de ofrecer diferentes versiones  de los hechos, de la ciencia, de las vacunas. Acto que afecta los intereses de su público, su derecho a la información integral y diversa, pero, sobre todo, su prerrogativa para tomar una decisión informada y documentada sobre la aplicación de una vacuna que es un avance sin precedente pero también puede representar un riesgo.

Los medios masivos, en su mayoría, ignoraron e ignoran el interés máximo de su público. Una vez más no solo quedan en deuda sino actúan fuera del código de ética periodístico propio, nacional y mundial. Las voces que disienten, cuestionan u ofrecen reflexión científica sobre las implicaciones de las vacunas de emergencia, genera rechazo y animadversión (caso de la doctora Karina Acevedo); sobre quienes desatiendan o desafinen del concierto general de medidas y creencias pesa una Espada de Damocles social, sobre todo por quienes apuestan “ciegamente” a la ciencia y contra lo que implica realmente el conocimiento científico que cuestiona, duda, apela a la libertad de disentir y, en esa misma medida, crece y se desarrolla en bien de la humanidad.

Tiempo al tiempo en el tema del derecho a la información y alerta para quienes creemos que tenemos derecho a saber integralmente, pero sobre todo a decidir. Principio básico de los derechos humanos, de la democracia y del público de los diferentes medios de difusión.

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