2020 Columnas Edición Octubre'20 Lucía Rivadeneyra 

Pandemia, ciclo escolar, fiestas y abrazos

Por Lucía Rivadeneyra


Esta situación es una ventana en la extraña circunstancia que vivimos, Y abrirla conlleva sorpresas no precisamente gratas. Por el contrario, la desigualdad social y la violencia se pueden advertir más que nunca.


En este ciclo escolar, una nueva generación entró a la Universidad y a diversos niveles escolares; lo cual es un decir, porque más que entrar prendió la computadora o el celular. Algunos jóvenes habían soñado su primer día de clases ya como universitarios. Sin embargo, a esta generación no le tocó vivir esa experiencia. No sabrá del frío de la madrugada rumbo al metro o al subir las escaleras o al bajar de un vehículo. No sabrá de la remota neblina ni del olor del pasto húmedo de los jardines.

El estudiantado conocerá a sus compañeras y compañeros en la pantalla. Creerán que traen tenis, pero andan descalzos o en pantuflas. No sabrán si se bañaron o no. Hombres o mujeres no podrán voltear los ojos para buscar antes del mediodía a quien les llamó la atención muy temprano. No conocerán la cafetería de su escuela ni el olor del café les iluminará el cerebro ni guardarán en su memoria  el aroma de los molletes estudiantiles de 15 pesos, sin jamón.

Nunca recordarán su inicio de clases, con aquella emoción con la que uno llegó a la Prepa (ya nos sentíamos grandes) o a la Universidad (ya nos sentíamos adultos/as). Los secundarianos/as no tendrán descansos en un patio grande y soleado y los/as más pequeños/as, de primaria y kínder, no saldrán corriendo al recreo. La vida gira inmóvil frente a una pantalla.

Qué contarán los estudiantes a sus familias si al terminar su primera sesión el papá, la mamá, alguna abuela o abuelo o los hermanos han pasado frente a ellos varias veces en silencio o sin pudor y “sólo” los ven sentados.

Esta situación, difícil, sin duda, es una ventana en la extraña circunstancia que vivimos. Abrir la puerta a la vida cotidiana de cientos de miles de personas, conlleva sorpresas no precisamente gratas. Por el contrario, la desigualdad social y la violencia se pueden advertir más que nunca.

Hay de celulares a celulares, de computadoras a computadoras, de departamentos a casas o de departamentos a departamentos. Ya se sabe que, por desgracia, muchos/as alumnos/as abandonaron la escuela porque el negocio de los padres quebró o porque tuvieron que escoger cualquier chamba de repartidores o porque uno o dos o más miembros de su parentela han muerto. La desigualdad y la violencia se han agudizado en casi todas las familias; a menor espacio y mayor número de integrantes, mayor es el conflicto.

No es necesario ser experta para reflexionar que estas cifras oficiales, son de escándalo. Además, habría que preguntarse cuántos cientos o miles de casos no se denuncian.

Según el portal de noticias Animal Político, “con base en información emitida en los reportes mensuales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), encontró que, en el mes de abril de 2020, se registró un total de 103 mil 117 llamadas relacionadas con violencia sexual, familiar y contra las mujeres, lo que significó un promedio de 143 llamadas por hora”.

Sólo en el mes de abril se recibieron 21 mil 722 llamadas, al 911, relacionadas específicamente con “violencia contra la mujer”. Esto significa que son alrededor de 30 llamadas por hora. Esta cifra, dice el portal, representa un aumento de 42% respecto a abril de 2019. Y según la Secretaría de Gobernación, entre enero y junio de este año, los operadores de la línea 911 recibieron 131mil 224 llamadas de auxilio, respecto a violencia contra mujeres, frente a 89 mil 998 en el mismo periodo de 2019.

No es necesario ser experta para reflexionar que estas cifras oficiales, son de escándalo. Además, habría que preguntarse cuántos cientos o miles de casos no se denuncian. Y ya no hablemos del incremento de feminicidios, los números también son inconcebibles. Mientras ocurren estas situaciones, hay muchos estudiantes que toman clase on line y docentes que han tenido que “agarrar al toro por los cuernos”.

Para muchos/as maestros/as dar clases en línea es “espantoso”, para otros/as es un reto; influye la edad, los/as de alrededor de 30 años o un poco más lo hacen con la mano en la cintura, aunque a muchos/as no les gusta. Para los/as mayores de 50, se ha vuelto un reto; para la mayoría de quienes rebasan los 60 o los 70 se ha convertido en un problema. Varios/as se han visto obligados/as a renunciar; otros/as se apoyan en los hijos/as o nietos/as.

Conflictos, nada nuevos: la experiencia de sentir coartada la libertad, dejar de tocar a quien uno quiere o ama, la extraña vivencia cotidiana del mundo virtual, la sobrevivencia por cuestiones económicas o de salud, la irresponsabilidad de muchos, el famoso cubre bocas en el cuello o, incluso a estas alturas, la frase “pues de algo nos vamos a morir, ¿o no?”. O los excesos y patologías de quien evade al mundo, de quien se lava las manos hasta casi sangrarse, de quien mete a bañar a cualquier persona que entra a su casa o de quien no permite que nadie ingrese; o de quien se aleja cinco metros como si su prójimo tuviera lepra… o Covid, aunque sepa que ese prójimo es alguien responsable y está sano.

La experiencia de sentir coartada la libertad, dejar de tocar a quien uno quiere o ama, la extraña vivencia cotidiana del mundo virtual, la sobrevivencia por cuestiones económicas o de salud, la irresponsabilidad de muchos, el famoso cubre bocas en el cuello o, incluso a estas alturas, la frase “pues de algo nos vamos a morir, ¿o no?”.

Hace poco más de un mes, murió el padre de una amiga queridísima. Me atreví, luego de preguntar por todos los protocolos de seguridad, a ir a la funeraria. Desde el estacionamiento se advertía que algo era distinto: poca gente en general y en una sala muy grande sólo cinco personas esparcidas. Al vernos, a distancia la abracé. Casi como solicitud, me dijo: un abrazo y se lo di, fue prolongado y fuerte. Sabíamos que las dos hemos estado resguardadas. Hablamos un rato, la acompañé en un momento brutalmente doloroso y me fui.

Horas después, le comenté a mi hijo que entre los brazos tenía la sensación del cuerpo de mi amiga y cómo no, hacía más de seis meses que no abrazaba a nadie más allá de mi espacio inmediato. Raro, todo es raro, todo es extraño.

Ahora niños y niñas juegan con sus amistades por zoom, quienes pueden. Las reuniones de asuntos laborales son por zoom; hay gente que contesta correos de trabajo a las dos o tres de la mañana, las comunicaciones de teléfono fijo han aumentado, se barre la casa a las tres de la mañana, se cocina a las doce de la noche; los insufribles WhatsApp son pan de cada día; Facebook y Twitter son una fuente de noticias casi necesaria.

Las reuniones de relax son por zoom. Yo he tenido lo que bauticé como tequila zoom y whisky zoom, por lo menos 7 y 2; y tres fiestas zoom; en una de ellas alguien acabó cantando y otra persona se tuvo que ir a dormir, pero el reventón siguió y acabamos como a las dos de la mañana.

A veces somos seres raros. No falta que en la casa de a lado o en el departamento de enfrente alguien convoque a un festejo y se llene el espacio. No hace mucho escuché hasta mariachis en un edificio. Lo que más me sorprende son las bodas, bautizos y XV años de alrededor de 100 personas, en todos los niveles sociales. Y ya no me perturban los que convocan sino quienes van. Pienso que mínimamente en una de las partes, debería existir la congruencia.

No creo que después de todo esto cambiemos mucho. Me conformo con que no se nos olvide abrazar, besar, ser solidarios, estar cuando uno necesita del otro o a la otra, dar palabras de ánimo… Sin embargo, a veces somos extraños y a veces somos raros. La realidad es extraña y rara.

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