2020 Columnas Edición Noviembre'20 Lucía Rivadeneyra 

Zsuzsa Antal, mujer de tierra y alas

Por Lucía Rivadeneyra


A veces sólo hacemos conciencia del cuerpo cuando algo nos duele, pero cuando el cuerpo prácticamente no existe porque del cuello hacia abajo casi no se siente y no se puede mover, ni siquiera lo imaginamos.


                                                                            Para Edit Antal, con todo el amor

“Asistí” hace unos días al funeral de una amiga muy querida, Zsuzsa Antal. Murió en la bella ciudad de Budapest, en donde había nacido en mayo de 1953. Estudió ingeniería en industria peletera, con especialidad en zapatos. Mujer inteligente, culta, gran viajera, madre por elección, guapa, generosa y hospitalaria.

Con Zsuzsa, hermana de una de mis mejores amigas, nos conocimos en Hungría hace décadas y hubo lo que se llama un click. A mi padre y a mí que descubríamos su ciudad maravillosa, nos recibió varias veces en su casa, para comer o cenar. En una de esas ocasiones comimos el mejor Gulash del mundo. Un sábado fuimos de paseo con toda su familia al lago Balaton y en esas dulces aguas se enfriaron las botellas de vino. Aquel día fue de convivencia íntegra, al más puro estilo lópezvelardiano: “Mi madrina invitaba a mi prima Águeda a que pasara el día con nosotros”. Y sí, no sólo fue un día completo sino inolvidable. Entonces, su hijo Szabolcs tenía ocho meses.

Zsuzsa entendía bastante el español porque había estudiado latín, aunque se comunicaba mejor en inglés. Estuvo varias veces en la Ciudad de México, en diversos estados y en las playas mexicanas. Nunca olvidaré que teníamos planes de ir a algunos lugares lindos del ex DF, pero los tiempos se empalmaron y al día siguiente de que llegó con su familia a México, yo parí a mi hijo Pablo Andrés. Sin embargo, me fueron a felicitar al hospital con un hermoso Szablocs que ya tenía tres años y medio. Nunca olvidaré que entró con cara de travesura y un ramo de rosas rojas. Ella continuó con sus viajes, su avance profesional de manera óptima, su matrimonio, su hijo… La vida caminaba y era amable.

Luego de su última estancia en México, regresó a Budapest. Szabolcs la alcanzó pocos días después porque a él le adelantamos la celebración de su cumpleaños. Ya instalada nuevamente en Hungría, fue con su hijo y dos amigos pequeños a esquiar a Austria. Al volver de la montaña, el coche derrapó y giró varias veces. Los niños sufrieron algunos golpes. Zsuzsa tuvo una lesión grave en la médula espinal, que afectó la vértebra cervical llamada C4. El resultado no pudo ser peor: al afectarse esa vértebra, se produce tetraplejia. Era el año de 1998 y era octubre. Tenía 45 años.

                  Zsuzsa Antal

De pronto, lo que era miel sobre hojuelas fue hiel en la vida cotidiana. Caos, dolor profundo en la familia y en los amigos, desesperación, tiempo, inversión, depresión, dolencias físicas, tiempo, tiempo… Cómo enfrentar el tiempo. Cómo enfrentar la vida desde la inmovilidad motora. A pesar del panorama, la vida -que no es muy seria en sus cosas, decía Juan Rulfo- se impuso. Inició una rehabilitación de gran calidad, en la medida de lo posible; lo posible era poco. No había probabilidad de recuperación. Cómo sobrellevar esa tragedia, era la pregunta.

Y aquí es cuando la fuerza que Zsuzsa Antal siempre había demostrado, se incrementó de una manera sorprendente. Luego de mucho trabajo de rehabilitación, se reincorporó a actividades laborales desde su casa. Empezaban las computadoras a las que se les podía dictar. Se especializó en la Organización de sistemas informáticos. Su círculo de amigos no sólo se mantuvo sino que se incrementó. El matrimonio naufragó. Ella sacó a su hijo a flote.

Con el paso de los años, se percató de que en Hungría no existía una Fundación para ayudar a personas discapacitadas e inició el proyecto de crear una. Hace alrededor de 10 años se consolidó el plan y se creó la Fundación Antal Zsuzsa para lesiones de columna, que puede recibir dinero de empresas, para fines benéficos y apoyar a personas con capacidades especiales. También se vinculó a la Universidad de Filosofía y Letras de Budapest, la Universidad de Loránd y ahí trabajó, también, varios años, en el área de Pedagogía para brindar apoyo a personas con cualquier tipo de discapacidad: sordomudos, ciegos, con problemas motores, entre otras.

Con el paso de los años, se percató de que en Hungría no existía una Fundación para ayudar a personas discapacitadas e inició el proyecto de crear una. Hace alrededor de 10 años se consolidó el plan y se creó la Fundación Antal Zsuzsa para lesiones de columna.

Cómo entender esta situación. A veces sólo hacemos conciencia del cuerpo cuando algo nos duele, pero cuando el cuerpo prácticamente no existe porque del cuello hacia abajo casi no se siente y no se puede mover ni siquiera lo imaginamos. “Un movimiento que es natural para todos, para nosotros el movimiento más simple es impensable”, declaró alguna vez.

“Tuvimos que crear un estilo de vida sin patrones. Día a día, nuestras vidas han evolucionado con una confianza inquebrantable en los demás. Debido a mi condición, necesito ayuda las 24 horas, parte de la cual es atención profesional, para necesidades físicas e higiénicas, y otra es ayuda específica para vivir los eventos más básicos de la vida cotidiana: comer, vestirse y muchos más o menos. Además, necesito ayuda con lo que no es absolutamente necesario, pero aún la necesito para sacar fuerza a mis luchas diarias. A veces, estas son cosas que parecen bastante pequeñas. Me siento en la silla de ruedas, salgo al balcón florido y miro el cielo, las nubes, las montañas más distantes. Tranquilidad, libertad, naturaleza. 14 años después del accidente, he superado mucho dolor, altibajos. Mi dolor se puede aliviar, no eliminar. Trabajamos mucho con regularidad con fisioterapeuta, conductor, masajista, quiropráctico, a veces pido la ayuda de un psiquiatra. Mirando hacia atrás en el pasado, es increíble cuánto encajó todo en mis días, cuánto cambio hemos logrado”, relata en su blog de la Fundación. Empero, paradójico asunto, se movió más que nadie con una dignidad insólita.

La Fundación Antal Zsuzsa tiene como objetivo, según dice en su página, brindar asistencia directa e indirecta a personas con lesiones de columna de cuatro miembros, es decir, que no pueden realizar sus funciones vitales de forma autónoma. Entre sus finalidades, considera las claves para promover las actitudes sociales y la integración social, las cuestiones sanitarias y brindar información, entre otros aspectos. El símbolo es un cordón morado que forma la columna vertebral y significa la conexión, como si fuera la agujeta de un tenis. La lucha cotidiana y digna contra la adversidad, durante tantos años, de Zsuzsa Antal inspiró a quienes fundaron esta institución.

* * *

                  Szuzsa con Szabolcs

Nos volvimos a encontrar un par de veces, en Budapest, y si algo no olvidaré jamás es su sonrisa, su optimismo, su buen ánimo. Pasar la Navidad del 2017 en su casa se torna más que nunca un recuerdo extraordinario en mi memoria. Fue una despedida, sin saberlo, de doña Olga, su madre, y de la misma Zsuzsa. Olga Fodroczy fue una mujer encantadora, llegó a estar en varias ocasiones en nuestro país, en los años ochenta y noventa. En los alrededores de la casa de su hija Edit, donde se hospedaba, personas cercanas como amigos, vecinos y conocidos, la empezaron a ubicar por las calles de Coyoacán. Caminaba despacio, era delgada, bella y elegante. Recuerdo que no hubo comida mexicana que rechazara; llegó a comer sopa de habas y mole verde. Había vivido la Segunda Guerra Mundial, la posguerra, la caída del Muro de Berlín y de las Torres gemelas. Murió en 2019.

En este inenarrable 2020, el frágil cuerpo de Zsuzsa se contagió del virus que nos amenaza. Estuvo unos días internada, aparentemente bien, pero de manera sorpresiva falleció el 10 de octubre. En Hungría, a diferencia de México, por una serie de trámites el funeral tarda mucho en realizarse. Fue hasta el miércoles 25 de noviembre que pudo llevarse a cabo en circunstancias inéditas.

La ceremonia se efectuó en el cementerio Rákoskeresztúo, con alrededor de 50 personas (las autorizadas) y, dadas las circunstancias sanitarias, con transmisión en vivo por Facebook. Se depositaron flores muy cerca de su fotografía. En medio del silencio, un conmovedor discurso de Zsabolcs, su hijo de ya 30 años, casado, con dos nenes y uno que está por llegar. Asimismo un colega de la Universidad, leyó un texto breve. Luego un poco de música y en un rito austero, en medio de árboles y césped, con la fuerza del agua en una especie de fuente momentánea, se dispersaron sus cenizas.

Después, a casi cero grados, los pésames a su hijo y a su nuera, entre cubre bocas, sana distancia, algún roce en el brazo, tres o cuatro abrazos fugaces, mensajes en la red social, la despedida y el final de la transmisión, para los que “asistimos” a través de esa red en donde hay millones y no hay nadie. Así se cerró la primera etapa de un duelo prolongado. Necesario es el rito del adiós, que existe en la historia desde siempre, porque aunque duela, reconforta. Lo demás le corresponde al tiempo.

Zsuzsa Antal, una mujer de tierra y alas, llegó a más metas que muchos atletas de alto rendimiento, incluso en terrenos minados y salió ilesa; una ingeniera que supo de la suavidad de la piel en más de un sentido; una madre que formó un hijo que es buena persona; un ser humano que amó a su familia y a sus amigos, que brindó esperanzas a cientos de personas, inició su camino a la eternidad el 25 de noviembre de un año sin par. Su sonrisa y optimismo vibrarán en todos los que la recordamos. Jamás olvidaremos que en sus ojos azules llevaba un poco de agua del Danubio.

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