2020 Columnas Edición Diciembre'20 Lucía Rivadeneyra 

Maternidades en ‘Casas vacías’

Por Lucía Rivadeneyra


Brenda Navarro, la autora de este libro, ubica su historia en la Ciudad de México y en Utrera, España, dos lugares donde los crímenes contra las mujeres tienen cifras de escándalo y dos países donde las relaciones tóxicas son comunes. Una obra redonda, llena de emociones en la que desacraliza y desmitifica la maternidad.


¿Quieres leer una novela memorable sobre maternidades. Sí, maternidades en plural, que además tienen un común denominador: la violencia alrededor de las mismas? Basta con entrar a Casas vacías de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), quien se revela como una narradora que provoca con el tema, los personajes, las historias y la estructura, entre otras cosas, y logra que a más de una persona se le mueva el tapete. La obra obtuvo el XLII Premio Tigre Juan de Novela, en Oviedo, este 2020.

Dos mujeres, cada una con su historia a cuestas en la que están involucradas otras mujeres terribles, duras, víctimas, victimarias y hombres ídem. Todas y todos conforman un mosaico de personajes que reflejan nuestra condición humana, sin importar nacionalidad o clase social. Una sociedad dolorosamente viva y extraviada.

Dos mujeres, una de un sector socioeconómico medio y la otra de uno bajo. Una, es madre sin estar convencida y a partir del robo de Daniel, su hijo autista de tres años, se cuestiona toda su vivencia respecto la maternidad, la cual tiene que ver con su no deseo de serlo, su rechazo, su incapacidad emocional, su aceptación fugaz, su dolor…Tiene una relación compleja con el marido; también tiene un amante, sin pena y sin gloria. Y a partir del secuestro del pequeño, en la cotidianidad, sólo hay una dinámica de silencios con desgarros, culpas, impotencia y rabia como testigos. Tiempo atrás, con su pareja adopta a una sobrina, ya que la hermana de su marido es asesinada por el esposo.

La otra mujer, la que se roba a Daniel, desea hacer una familia y parir una niña. Vive de hacer paletas y gelatinas y, para sus estándares, no le va mal económicamente. Tiene una relación con Rafael, un sujeto que no trabaja, que se exime de todo compromiso y que, a los ojos de cualquier lector, no la ama en absoluto. La vida sexual que ambos viven es burda; oscila entre un extraño deseo espontáneo y la violencia verbal y física; sumado a lo anterior, está la insatisfacción y frustración de su vida diaria. Ella es producto del atropello. Su tío viola a su madre. Su madre no la quiere. La pareja no la quiere; la suegra, tampoco. Desea una hija y no la tiene.

La autora, socióloga y economista por la Universidad Nacional Autónoma de México, da referentes de la horrible realidad que vive México en relación a los miles de desaparecidos desde hace más de una década; en donde se “esfuman” personas todos los días y donde matan un promedio de 10 mujeres diariamente.

Uno de los muchos logros de la autora es el lenguaje dado a cada uno de los personajes. Las palabras identifican y revelan la forma de encarar la vida de estas dos mujeres desde su perspectiva social y de quienes las rodean. Los silencios y el desasosiego de una; los gritos y la desesperación de la otra. Sus reacciones ante las pérdidas. A una se le extravía un hijo en el parque; la otra tiene un aborto espontáneo y también pierde lo robado.

Una está muerta en vida, pero piensa y reflexiona las cosas más inimaginables en torno a ella misma, la maternidad, la lactancia, las relaciones extramaritales, el descuido, el hijo, la hija adoptiva, cosas que nunca se atreve a decir, sólo a decirse. Y esto es brutal, es como comerse la angustia y la desesperanza. Ella tiene cierta dosis de crueldad para consigo misma y para los demás.

La otra sale a pelear, a investigar, a preguntar, incluso por la muerte de su hermano en un hecho trágico. Recibe golpes físicos y emocionales; por momentos pareciera que está acostumbrada. “Tampoco es que me pegara mucho (Rafael), porque decía que por cualquier moretoncito ya andaban metiendo a la cárcel a la gente, pero una vez descubrió que en las tetas no me quedaban marcas. Entonces le dio por pegarme ahí… Rafael se reía y no sé cómo pero ya mejor nos encontentábamos”. Enfrenta lo adverso con los elementos que da la cultura de la fatalidad.

Navarro ubica su historia en la Ciudad de México y en Utrera, España. Dos  lugares donde los crímenes contra las mujeres tienen cifras de escándalo. Dos países donde las relaciones tóxicas son comunes. Nagore, la niña huérfana porque su padre mató a su madre “en una pelea que había durado cinco años de los doce de matrimonio”, es otro personaje femenino maravilloso. Su tío Fran, hermano de la asesinada, va por ella con todo y su mujer. Allá confirman el embarazo de Daniel y allá nace. Al volver a México, con el bebé y Nagore, los abuelos de ésta se sienten despojados; aunque Fran se la lleve de buena fe, se las quita.

Nagore entiende a su primo-hermano y se comunica mejor con él que la madre de Daniel. A raíz de la desaparición, ella pasa a segundo término, a vivir el mutismo, los rechazos y las reacciones de sus nuevos padres, sobre todo de la madre. Se va el tiempo y ya adolescente, un día decide regresar a España. Su mamá le dice:

“¿No te da miedo enfrentar a tu padre?, le pregunté a Nagore días antes de que se fuera. ¿Miedo por qué, de qué, de que me mate?, contestó. Respondí alzando los hombros. Él es quien debe tenerme miedo, dijo. Nunca había conocido una mujer tan valiente. Me dio por quererla”.

La autora, socióloga y economista por la Universidad Nacional Autónoma de México, da referentes de la horrible realidad que vive México en relación a los miles de desaparecidos desde hace más de una década; en donde se “esfuman” personas todos los días y donde matan un promedio de 10 mujeres diariamente y donde es posible que -de pronto- los desaparecidos “aparezcan” muertos, como los 72 de Tamaulipas, tema que se menciona; y donde también pueden desaparecer, como si entraran a otra dimensión, 43 personas. Un niño robado es también un desaparecido. Al respecto, en la página 45 dice:

“Una vez escuché que una mujer ponía énfasis en la condición autista de Daniel. Pobrecito, ojalá esté muerto, dijo. Y yo apreté los labios y las manos porque sus palabras eran el eco de algo que yo no podía decir.

“No importa lo que se diga al respecto: muerto es mejor que desaparecido. Los desaparecidos son fosas comunes que se nos abren por dentro y quienes las sufrimos lo único que ansiamos es poder enterrarlos ya. Dejar de desmembrar tendón por tendón, hilo de sangre por hilos de hiel, porque incluso para cada gota es un calvario caer”.

Brenda Navarro ha conseguido una obra redonda, llena de emociones en la que desacraliza y desmitifica la maternidad. Declaró en una entrevista al periódico El país que este es un tema “en la literatura hoy porque la pregunta de cómo ser madre en un mundo en el que todo está en contra estaba y está ahí, pero este libro no es un estandarte de las mujeres. Aspiro a que los hombres lo lean y la literatura les ayude a superar ese miedo a temas que son universales porque ellos tienen madres, hijas y parejas. Es algo que les concierne”.

Navarro, Brenda. (2020). Casas vacías. Sexto piso. México, 159 pp.

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